Algo verdaderamente valioso de mí es que siempre he sido curioso. Esa curiosidad hacía que me llamaran estúpido, porque hacía preguntas constantemente, quizá irrelevantes. A menudo lo echaba todo a perder al intentar, explorar, intentar comprender las cosas a mi manera, no como otros esperaban. En cierto sentido, estaba obsesionado con comprender, pero no de la forma convencional.
Por ejemplo, no me interesaban mucho las asignaturas escolares como ciencias, pero sentía una profunda curiosidad por la fruta de un árbol. Aunque todo está conectado —el conocimiento es conocimiento—, la forma en que lo compartimos y lo enmarcamos marca la diferencia.
Escribo esto porque crecí con la idea de que ser curioso era malo, que querer probarlo todo me hacía equivocado. Y claro, eso no siempre funcionaba, porque nunca me dediqué a una cosa lo suficiente como para ser "bueno". Probé el fútbol, pero lo odiaba. Me encantaba correr, pero la competencia lo hacía aburrido. Siempre me ha disgustado la violencia, pero me atraían las cosas intensas: BMX, skate, longboard, trepar árboles, saltar desde rocas a los ríos. Me encantaba explorar la naturaleza que me rodeaba. Eso también me convirtió en un niño travieso y problemático, siempre gastando bromas a mis familiares o rompiendo algo sin querer.
A medida que crecía, mi obsesión por el conocimiento se profundizó. Empecé a leer más, a explorar ideas. La universidad me abrió un mundo completamente nuevo, pero he perdido la noción de por qué empecé a escribir esto.
Quizás mi punto sea este: no importa lo que intentes hacer, cuanto más sabes, más te das cuenta de lo mucho que no sabes. Esa conciencia puede ser abrumadora. Pienso demasiado constantemente, estoy lleno de ansiedad, analizando cien posibilidades diferentes.
Y, sin embargo, ahora me considero inteligente. Inteligente. Especial, incluso. Pero aquí está el truco: a veces, esa misma consciencia se convierte en una especie de tortura. Tal vez sigo siendo ese mismo niño "estúpido" que no ha aprendido a aceptar la ignorancia de la vida. Tal vez todavía no sé cómo relajarme, dejar que las cosas sean, dejar de preocuparme. Tal vez solo soy un tonto: alguien que confía demasiado fácilmente, que ve belleza en todas partes.
Tal vez mi realidad no encaja del todo en este mundo. Pero aun así, puedo sonreírte y decir: Estoy bien siendo ese tonto. Porque todo lo que hago, lo hago por mí mismo. Sigo mis pasiones, sigo mi corazón.
Tal vez solo soy un tonto. Pero así soy. Y me encanta.
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