Han pasado tres años, y el fin de semana pasado culminó un proceso que comenzó como un sueño: un movimiento de amor que cruzó países, desde Argentina hasta Costa Rica. Te encontré en el Caribe, y con amor fui recibido en la familia, en la tribu de Biodanza, por allá de diciembre del 2020, sin imaginar lo que esto traería a mi vida.
Mes a mes, cuando era posible, me adentraba un poco más en esta disciplina, entregándome al movimiento, al sentir del cuerpo, a la música, a eso que me hace sentir vivo. Entre mareas, me alejé por un tiempo, intentando encontrarme en otros rincones de mí donde no había nadie más que un alma vieja exigiendo ser escuchada, pidiéndome que me entregue a la vida.
Toqué varios fondos. Lloré, una y otra vez, preguntándome por qué estaba donde estaba, por qué el esfuerzo que hacía no parecía suficiente, por qué acababa una vez más en la oscuridad, solo, en el dolor. En medio de una depresión, decidí refugiarme en mi cueva, rendido, desolado…
En el dolor te volví a ver, y mis pupilas se encendieron. Recordé que fui feliz al danzarte, al abrazarte, y que eso era lo que necesitaba en mi vida. Sin pensarlo, volví a ti, y me recibiste con los brazos abiertos, como si se tratara de un hijo perdido que por fin se reencontraba. Me diste el amor que necesitaba en ese momento: la escucha, la contención.
Te entendí. Y supe que quería seguir tu camino, creyendo, sintiendo, dejándome ser, en amor, en pasión. Me hice tuyo.
Y fui feliz. Encontré amor, encontré el privilegio de vivir en la mirada, en la sonrisa, en los besos, en los abrazos, en la comunidad…
Tres años atrás volví a ti sintiéndome desolado, y encontré una familia a la que pertenezco, de la cual soy parte, en la que me siento humano, y que disfruto profundamente.
En 2022 comenzó por primera vez en Costa Rica la Escuela de Biodanza, y tuve el privilegio de estar ahí, de vivirlo, de sentirlo… En puro fuego intenso, en unión y en amor, encontré una familia de otra sangre, del mismo cuerpo, de un solo mundo.
Danzamos, reímos, lloramos, nos abrazamos, nos protegimos, nos cuidamos, celebramos, aprendimos, crecimos, nos hicimos uno. Nos dimos contención, cuidado y amor.
¡Cambia, todo cambia!
En ronda, tomados de las manos, mi alma se llenaba de sentido. Cada sentido.
Aunque todo cambie, mi amor no cambia, por más lejos que me encuentre.
Hace tres años encontré mi hogar, mi zona segura. Tan segura, tan firme, tan potente, que me di cuenta de que podía volar. Que el amor que bordaba mi corazón podía recorrer el mundo y sembrar semillas con ese amor.
Gracias, Escuela. Gracias por estar, por existir, por creer y por amar.
Hoy estoy lejos, pero me gradúo con ustedes. Me gradúo agradeciendo a la vida por estar vivo y por haber tenido el privilegio de danzar con cada una de ustedes: danzar la música, el espacio, la amistad, la distancia, el amor y la vida.
Brinquen, salten, griten, disfruten, amen la vida como ella las ama a ustedes.
Porque lo que hemos experimentado es un milagro llamado Hanna.
Las amo profundamente, y con sus presencias en mi vida camino agradecido, sabiendo que nos volveremos a encontrar para danzar de nuevo.
Hoy, Singapur y Costa Rica… nunca se han sentido tan cerca.
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