Estábamos en Medellín, agotados tras un viaje lleno de infortunios.
El bus se había varado, llovía a cántaros y yo estaba enfermo.
Me dolía el cuerpo, me dolía el alma.
Mi padre, después de más de una década, hacía su primer viaje al extranjero.
Venía a verme, a acompañarme.
Ninguno de los dos sabía lo que estaba por venir,
pero aun así nos embarcamos en la aventura.
Entonces llegó la noticia.
No podía creerlo.
Sentí cómo mi corazón se resquebrajaba,
como cristal golpeado por un vendaval.
Las lágrimas caían sin control, empapando la cama, la ropa, su espalda.
Lloraba con un dolor que me desgarraba por dentro.
Y él estaba ahí.
A su manera, abrazándome, sosteniéndome, sin soltarme.
El llanto me ahogaba y, al verlo llorar, le pregunté:
—¿Y usted por qué llora?
Me miró con los ojos empañados y respondió:
—Porque tu dolor es mi dolor.
En ese instante, entre la tormenta,
descubrí lo que significa el amor de un padre.
Ese amor que no necesita palabras,
que duele cuando tú sufres,
que llora cuando tú caes.
Gracias, papá, por ser mi refugio en la oscuridad,
por sostenerme cuando me rompí en pedazos.
Ese dolor que pocos entienden, incluso tú,
pero que abrazaste sin cuestionar.
Recuerdo ese momento con gratitud.
Tus lágrimas, de un hombre fuerte, puro y sincero,
se mezclaban con las mías.
Lágrimas de un padre que carga con su propio dolor,
pero que aun así encuentra fuerzas para sostener el de su hijo.
Y en medio de todo, hiciste lo que mejor sabías hacer:
cuidarme a tu manera.
Con tus palabras torpes pero honestas,
con tus chistes inapropiados que buscaban robarme una sonrisa,
y con ese gesto silencioso que nunca olvidaré.
No querías que tomara esa cerveza.
No lo aprobabas.
Pero sabías que la necesitaba.
Así que, con el alma dividida entre el querer y el comprender,
me la compraste sin decir una palabra.
No por la cerveza en sí, sino porque entendiste
que en ese momento lo que más necesitaba
no era un consejo ni una prohibición,
sino sentir que estabas ahí, a mi lado, sin juzgarme.
Gracias, papá, por darme lo mejor de ti
para ayudarme a encontrar lo mejor de mí.
Por tus abrazos, por tus lágrimas,
por ser el escudo que protegió mi dolor
cuando yo ya no podía sostenerlo solo.
Hoy, a miles de kilómetros de ti,
te escribo con los ojos empañados
y las manos sobre el pecho.
Para decirte que siempre estarás en mi vida.
Gracias por ser el amor de padre que me sostiene,
gracias por ser mi papá.
Te amo.
0 comments:
Publicar un comentario