Hoy en día, muchas personas siguen viendo la terapia con cierto tabú. Algunos creen que es solo para quienes tienen demencia o problemas psicológicos graves, como si fuera una última opción en lugar de una herramienta de crecimiento personal. Afortunadamente, la sociedad está evolucionando en su comprensión de la salud mental, aceptando que es tan esencial para el bienestar como la salud física. Sin embargo, aún queda trabajo por hacer para eliminar este estigma.
Así como vamos al dentista para revisar nuestros dientes o al gimnasio para mantenernos en forma, la psicoterapia debería ser vista como un hábito que fortalece nuestra mente y nuestras emociones. No esperamos a tener caries para visitar al dentista, ni a estar completamente fuera de forma para empezar a hacer ejercicio. ¿Por qué esperar a tocar fondo para cuidar nuestra salud mental?
En mi caso, decidí ir a terapia cuando me di cuenta de que algunas cosas en las que intentaba trabajar por mi cuenta me resultaban demasiado difíciles. A menudo confiamos en nuestros amigos o familiares para apoyo emocional, y aunque su ayuda es valiosa, no siempre es suficiente. No porque no quieran ayudarnos, sino porque no tienen la formación profesional para hacerlo de manera efectiva. A veces, sin querer, pueden reforzar patrones dañinos o minimizar aquello que realmente necesitamos procesar.
Como arquitecto, entiendo la mentalidad de querer hacer todo uno mismo, de buscar lo más rápido y barato. Pero, como dicen, “lo barato sale caro”. Claro, esto no significa que lo caro sea siempre mejor, porque en todas las profesiones hay buenos y malos profesionales. Hay arquitectos mediocres y arquitectos brillantes; lo mismo ocurre con los psicólogos y terapeutas. Lo importante es entender que encontrar el adecuado para ti es un proceso. Si tienes suerte, darás con un buen terapeuta a la primera. Si no, sigue buscando. Lo mismo pasa en cualquier campo: hay días buenos y malos, personas comprometidas y otras que solo cumplen con su trabajo. Al final, somos humanos.
Pero más allá de elegir un buen terapeuta, lo que quiero resaltar es cómo se siente el proceso de terapia.
Imagina que al nacer te dan una botella de vidrio grande. Cada experiencia que vives es como un pequeño papelito que introduces en ella. Hay papelitos de todos los colores y texturas: algunos brillantes y vibrantes, otros oscuros y ásperos. Sin darte cuenta, sigues llenando la botella con cada vivencia, apilando recuerdos, emociones y traumas.
Con el tiempo, la botella se llena. Pero al estar tan cargada, no puedes meter más papelitos sin sacar algunos primero. Sin una guía, podrías extraer al azar los coloridos y felices, dejando los oscuros dentro, apilados en el fondo donde no se ven… pero siguen ahí.
Aquí es donde entra la terapia. Es el proceso de sacar estos papelitos de manera consciente. Es revisarlos, entenderlos y decidir qué hacer con ellos. Algunos los desecharemos, otros los integraremos con una nueva perspectiva. A veces, al sacarlos, reiremos y agradeceremos. Otras veces, dolerá, lloraremos, y también agradeceremos, porque incluso lo doloroso nos ayuda a crecer.
Con la guía adecuada, este proceso se vuelve más llevadero, menos aterrador y, con el tiempo, incluso placentero. Nos damos el permiso de limpiar nuestra botella, de hacer espacio para nuevos papelitos más significativos y hermosos. Y lo mejor de todo: aprendemos a hacerlo solos, para que cuando la botella vuelva a llenarse, sepamos gestionarla sin miedo.
Eso es vivir. No se trata de evitar experiencias, sino de darles un lugar, de aprender a manejar lo que llevamos dentro. Porque entre más espacio tengamos en nuestra botella, más vivencias podremos atesorar.
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