Vivo en un mundo donde la fantasía desaparece con la realidad.
Realidad que parece conocida ante los ojos de un extraño, con el que comparto el espacio que no habitamos.
No habitamos lo que creamos, porque no existe una realidad más allá de la que elegimos creer.
Entre la bondad y la maldad me hace creer que el mundo no está sano.
O es que yo estoy enfermo, que lo veo tal cual es, como un sueño sin espíritu.
Entre el odio que cargo encuentro la perfección, en un ser imperfecto, digno de amor.
La incoherencia de esta sincronía es que cuando ignoraba, creía que sabía. Hoy que observo, me doy cuenta que no se nada.
Que la realidad solo es percibida ante unos ojos profundos, que perciben dicha realidad desde el interior del alma, y de ahí crean el mundo.
Mundo que se vuelve infierno, donde la maldad reina el orbe de la infinita ignorancia, ignorancia que compartimos por el hecho de no sentir. Para nacer hay que morir, destruir nuestra casa, pero para morir hay que vivir, darle sentido a lo desconocido, presencia a lo que no existe.
Malo, bueno. Claro, oscuro. Negro, blanco. Vacío, lleno. Amor, odio. No, si. Que la vida nos separe de esta tortura, que nos ayude a ver, la oscuridad en medio de la claridad, el amor en el odio de un ser herido, sin sentido, sin ganas de vivir, pero con miedo de vivir. Mentira, verdad. Nos da miedo vivir, y por eso idolatramos a la muerte. Nos da honor, nos infla el ego. El poder, la insensatez, egoísmo puro y centrado en uno mismo, el malestar de la cultura, siendo enajenada, fragmentada en dos. Dos que no pueden ser iguales, que son únicos. Dos elementos opuestos, que se complementan, se alimentan, sin uno no existe el otro. No podemos negar la existencia de.... Somos impureza, y nos gusta. Pero somos blandos, a nuestro dolor, a nuestro miedo. No encontramos la salida a tanto malestar. O maldito malestar, que me parte en dos... No soy uno, no soy dos, no soy el ni ella. Pero soy ambos.
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